Madrid de vuelta

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Madrid de nuevo en bici, en la mañana fresca y cambiante de nublado y de sol: los verdes luminosos de la vegetación el los que se nota la lluvia abundante, el gusto de estar ya del todo en la ciudad, sin mareos de cambio de horario. Mi bicicleta de aquí es más ligera y más rápida, más adecuada a esta ciudad de cuestas y de topografía desordenada, de tráfico con un filo de agresividad que en Nueva York sólo tienen los taxistas. Subo en la bici y son ella misma y la ciudad las que me imponen una actitud distinta, más en guardia, también a veces más rica de estímulos. Las calles tranquilas de la parte interior y alta del barrio de Salamanca, con sus perspectivas de árboles y cielo azul en las terrazas; los olores del Retiro, tan parecidos a los de Riverside Park y Central Park, y a la vez tan distintos, con matices que el olfato distingue pero que la conciencia no sabe precisar. Con un poco de voluntad la calma se recobra en seguida: comida en casa, el café, la siesta breve con las cartas de Flaubert. Hay que ponerse a trabajar. Un largo verano entero escribiendo, leyendo, paseando en bici  y no viajando,  es uno de esos sueños factibles que uno quisiera cumplir.

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